Hoy reconvertido en un polo gastronómico, el antiguo barrio Sunchales antiguamente albergó historias de prostitución y clandestinidad por más de medio siglo. Según los historiadores, fueron más de 31 los burdeles legales que se podían encontrar en pocas cuadras.
¿Por qué estaban tantas casas de burlesque juntas? La antigua zona roja empezó su fama en el año 1875, cuando en Rosario se promulgó la primera ordenanza para reglamentar el ejercicio de la prostitución. Como extra, la propia municipalidad era la responsable de demarcar dónde se encontraría. Trazando una zona en Alem e Ituzango, y otra por las calles Pichincha y Suipacha a partir de Salta, que inició la historia.
En aquellos días, las prostitutas eran mujeres que solían ser engañadas y llevadas de distintas partes del país y del mundo, hasta acabar trabajando mientras eran sometidas a un régimen, similar al de un ghetto. Así, eran obligadas a entregar casi todo el dinero a los proxenetas y cafiolos. Su vida era prácticamente un infierno, donde los pocos pesos que lograban recaudar, se los llevaban los vendedores ambulantes, apodados los turcos.

En suma, la sociedad estaba en contra de ellas, maltratándolas, dándoles golpizas y hasta quitándoles sus hijos. Estas no podían denunciar a nadie, ya que la policía, los tribunales y los periodistas no las valoraban y no hacían ecos de sus desgracias. Claro, la sociedad machista, cerrada, patriarcal y cruel no tenía lugar para ellas.
Por su parte, vale resaltar la época más cosmopolita de Rosario. Los herreros eran alemanes, los trabajadores ferroviarios eran ingleses, los oficios como panaderos y barrenderos eran italianos, la gastronomía era mayoritariamente española, había sirios y árabes. Por su parte, las prostitutas podían ser criollas, polacas o de la antigua Yugoslavia, aunque las favoritas siempre fueron las francesas.

Como cada tanto la legislación municipal sufría modificaciones, cada uno de los trabajadores tenía que convertirse en nómade, y moverse hacia otra casa, pero nunca abandonando el barrio. Para el año 1914, ya se habían instalado más de 31 burdeles reconocidos. Por su parte, muchos vecinos se quejaban y trataban de hacer lo imposible por echar a las prostitutas, pero nunca tuvieron éxito.
Entre los burdeles, hubo uno muy celebre que fue apodado Pichincha, y fue tanta la fama, que su nombre se extendió por todo el barrio hasta hacerlo conocido con ese mote. Prostíbulos, casas de burlesque, hoteles lujosos y casas con condiciones especiales eran el albergue del “placer permitido”. Entre los artífices de esta oferta se destacaba El Paraíso (hoy Hotel Ideal), que fue conocido popularmente como Madame Safo, ya que así se la apodaba a la vedet del momento, construyendo una leyenda en sí misma.
Una curiosidad era que los prostíbulos se dividían por categorías, dependiendo de la tarifa de los servicios. Así, con 5 pesos se podía concurrir el mencionado Paraíso, con 3 se visitaba el Petit Trianon, con 2 pesos se podía elegir entre el Internacional, el Mina de Oro y el Chantecliar. Ya en el escalón más bajo en costos, se podían visitar el Charleston, el Royal, el Venecia y el Torino, por solo un peso.
Acompañando el entretenimiento nocturno, también estaban en la oferta el cine teatro Casino, de la empresa Russo, ubicado en la esquina de Jujuy y Pichincha. Podemos sumar el café con camareras La Terraza (Suipacha 143), el Café Sport (Pichincha 76), y el garito de Pedro Mendoza (Pichincha 131).
Entre los apellidos que le dan color a esta historia, podemos destacar el de Picus Helfer, quien fue denunciado como rufían por el Diario Reflejos; el propietario del prostíbulo Venecia Simón Rubinstein; el directivo de ZWI Migdal, la organización de tratantes de blancas Max Zysman y Ana Barán, matrona y regente del prostíbulo Mina de Oro. Todos ellos fueron unidos por la clandestinidad y las casas de burlesques, además de descansar juntos en el Cementerio Israelita, de Granadero Baigorria.

Fue a fines de 1932 que se votó la ordenanza abolicionista, que derogó todas las normativas, permisos, concesiones y resoluciones que reglamentaban el ejercicio de la prostitución, y que puso punto final a la práctica el 1º de enero de 1933. La resistencia se hizo sentir por todos los que se quedarían sin su fuente de ganancias, pero fue de a poco que todos los prostíbulos fueron cerrando, salvo contadas excepeciones.
A pesar de la caída del Imperio que se había construido en Pichincha, aún perduran varias de las construcciones de los burdeles legales, hoy con nuevas funciones. De esta forma, el barrio Pichincha, a pesar de actualmente tener el nombre de Barrio Alberto Olmedo, tiene un sello único desde su arquitectura, sus leyendas y todos los relatos que pasaron por sus calles.
