La quietud. Siempre mi escudo, siempre mi auxilio. Ante cualquier cosa, frente a cualquier problema. Recurrir al silencio para no discutir y para callar lo que quería decir. Para evitarles molestias a los demás, y sobre todo, recurrir a él porque realmente lo necesitaba. Como si fuese algo vital. Casi como alimento. Luego de un tiempo, se volvió insoportable.
Quizás fueron las tantas palabras calladas. O las acciones mecanizadas. O la infinidad de piedras en mi espalda. Pero de pronto fue todo lo contrario. Ya no más silencio, porque ahora era el silencio lo que me daba miedo. Entonces, ahora quería ruido. Ahora elegía distinto.
Algún tiempo anduve perdida. O quizás fue más que algún tiempo. El alternar entre ruido y silencio se hizo constante. Pasando del caos a la monotonía. O al caos en la monotonía. O a la monotonía en el caos. Cambio perpetuo, que no cesa hasta hoy. Siempre las dualidades. Quién es el bueno y quién es el malo. A quién creerle, con quién quedarse. Cuál de los dos dice la verdad. A cuál de los dos elijo. A quién quiero más. Qué está bien y qué está mal. Mi vida siempre se basó en dualidades. Y, por qué mentir, también en contradicciones.
Lo que hago y lo que siento, lo que digo y lo que pienso, lo que quiero y lo que no quiero. Lo que pretendo ser y lo que no soy. Lo que no me imagino ser y lo en que realidad soy. Me suelo preguntar mucho cómo soy. Siempre me doy respuestas distintas. Siempre la gente me da respuestas distintas. Me aterra hacerme una idea equivocada de mí, me aterra hacerles a los otros una idea equivocada de mí. Porque lo cierto es, que no decido aún dónde es que me siento más como yo. Y suelo preguntarme, ¿soy lo uno o lo otro? ¿Soy más ruido que silencio? ¿O soy más silencio que ruido? ¿O tal vez no soy ninguno?
Quizás nunca pueda responderme. Quizás mi concepción de ruido no sea la misma que la de los demás. Quizás mi idea de silencio tampoco lo sea. Y quizás, mi concepción de mí misma, tampoco.
Por Giulia Zanelli